Diego Garrocho: "En los asuntos políticos casi nunca hay solo dos opciones"
El profesor de Filosofía, Diego Garrocho, explica la diferencia entre mentira y falacia, y denuncia el uso habitual de razonamientos falaces en el discurso político

Explica la diferencia entre mentira y falacia, y denuncia el uso habitual de razonamientos falaces en el discurso político
Madrid - Publicado el
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Pues en el batiburrillo discursivo en el que andamos, con demasiada frecuencia, hablamos de mentiras o falacias sin distinguir muchas veces la diferencia entre unas y otras. Y aunque ambas se parecen, y a nuestros políticos les encanta parapetarse detrás de ellas, hay algunas diferencias.
Una mentira es sencillamente decir algo que no es verdad con la intención de engañar a otro. Es el embuste, la trola de toda la vida. La falacia siempre es más sofisticada, porque es un razonamiento que, aunque parece ser correcto, entraña una trampa.
Una de las falacias más clásicas es la que trata de invalidar una tesis por la persona que la formula. Es la falacia ad hominem. Esto lo hemos visto muchas veces cuando se intenta invalidar una idea porque la haya dicho Mao, Hitler, Stalin, Franco o quien toque. Pues miren, si Mao, Hitler, Franco o Stalin hubieran dicho que el punto de ebullición del agua son 100 grados, a la verdad de ese acerto no le habría pasado nada.
Otra falacia clásica es la del falso dilema. Cuando alguien te exige que te posiciones o bien con Hamás o bien con Netanyahu, o nucleares o renovables, o comunismo o libertad, corrupción o extrema derecha, evidentemente te está planteando otra trampa. En los asuntos políticos casi nunca hay solo dos opciones, y quien te obliga a elegir entre A o B probablemente te está engañando.
Pero la falacia más persistente en nuestros días es la conocida por su nombre latino, tu quoque, o si lo prefieren, la falacia del "tú también" o del "y tú más". Y esta falacia, favorita entre nuestros políticos, es la que determina que las miserias de otro pueden legitimar las miserias propias. Y me temo que eso no es así. Nada de lo que haga el PP puede legitimar lo que hace el PSOE, y nada de lo que hace el PSOE puede legitimar los fallos que cometa el PP.
Cada vez que alguien, para hablar de la corrupción de un partido, sienta la necesidad de recordar la corrupción del de enfrente, podremos concluir sin reparos que está adoptando una posición falaz.